El valor de revisar la historia radica en que permite aprender de errores pasados para evitar cometerlos como el también poder profundizar en sus aciertos; la gran lección de los orígenes del modelo , al margen de sus virtudes y defectos, es que un cambio radical de paradigmas lleva necesariamente a un período de transición, que en este caso involucró desmantelar un esquema productivo y el surgimiento de otro, un ejemplo del proceso que Joseph Schumpeter llamó de destrucción creativa, pero que en el caso de una transformación radical como esta tomó siete años de lágrimas y rechinar de dientes antes de que empezara a mejorar. Esta es la segunda columna de una serie que pretende investigar las razones del malestar social que llevó a la explosión del 18 de octubre de 2019. La tercera columna explorará las luces y la cuarta, las sombras del modelo.

Cuando se inició el modelo chileno actual, Chile venía de aplicar una política económica de sustitución de importaciones por cuatro décadas (1930-1970), surgida como respuesta a la gran crisis en la que el país se sumergió por la Gran Depresión de la década de 1930, la que se profundizó al final de este ciclo en un experimento económico socialista (1970-1973).

La Gran Depresión afectó con dureza a Chile y la respuesta fue el modelo de sustitución de importaciones. Los resultados obtenidos con esa estrategia, sin embargo, fueron mediocres, como se puede observar en las figuras I y II. Salvo contados años, generó magras tasas de crecimiento del país en cualquiera comparación relevante con el mundo desarrollado, como también en relación con el vecindario. En efecto, Chile era un país de la medianía de la tabla al compararse con Latinoamérica y lo siguió siendo durante todo este período (ver la figura III).

Por su parte el experimento de un modelo socialista fue una profundización radical del esquema anterior, extremando el control de la economía por parte del estado, aumentando su control de los precios y el poder discrecional sobre la actividad económica, impulsando un aumento del gasto público que mejoró los índices de empleo y remuneraciones en el primer año, para deteriorarse incrementalmente en los dos siguientes.

El modelo socialista

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A partir del año 1970, Chile profundizó la trayectoria con una experiencia más extrema: un modelo socialista, en el que el estado pasó a controlar virtualmente casi toda la economía. A las empresas que poseía sumó cerca de 300 más por la vía de la expropiación, llegando a controlar el 80% de las industrias [1], expropiando un 40% de las hectáreas agrícolas del país y además fijando el precio de miles de productos de la economía [2]. En el año 1971, se produjo un crecimiento del PIB y de los salarios reales, estimulados por un fuerte aumento en el gasto público.
Sin embargo, las crecientes tasas de inflación derivaron en una crisis de aumento de precios y desabastecimiento de productos básicos en 1973. La inflación deterioró los ingresos de todo el país, disminuyendo el poder adquisitivo de la moneda nacional como la de los salarios reales.

b>La creación del modelo

Por su parte, entre los años 1967 y 1968, un grupo de economistas, fundamentalmente formados en la Universidad de Chicago, preparó un programa económico para ofrecerlo al candidato de derecha a las elecciones de 1970; fue llamado El Ladrillo. Este programa original -actualizado al año 1973- contenía las bases para el desarrollo de una economía de mercado, siendo adoptado ese mismo año en forma paulatina por un gobierno que tomó el poder por medio de un golpe de estado, concentrando los poderes legislativo y ejecutivo, acompañándolos de un fuerte control de la disidencia política, incluyendo el uso de la fuerza del estado.

La implementación
Entre los años 1973 y 1975 el modelo no se aplicó completamente; el énfasis estuvo en un enfoque gradual de combate a la inflación el cual no logró los resultados esperados; con tasas de inflación si bien menores del sobre 600% del año 1973, este indicador se mantuvo sobre el 300% en los años 1974 y 1975 [3], fenómeno que aumentó el deterioro del poder adquisitivo. Este enfoque gradual fue desechado ese último año, aplicándose otro de shock con el recetario completo. El año 1975 es, por tanto, el que se ha fijado como el punto de partida del modelo.

Esta explicación sirve para recordar que los inicios fueron muy duros. Es difícil y costoso dar vuelta una economía en 180°, cambiando totalmente su norte.

En este caso, el objetivo era el de cambiar la política económica en virtualmente todas sus dimensiones. Desde una economía centralmente controlada por el estado a una dirigida por el mercado; desde una política de sustitución de importaciones a una apertura al comercio internacional que afectó fuertemente a los sectores que se habían desarrollado precisamente al amparo de dicha protección y, restringiendo paulatinamente la actividad del estado a una función centrada en aquellas actividades que no podían ser realizadas por el sector privado.

La instalación de este nuevo modelo trajo consigo costos importantes. Entre 1975 y 1980 los salarios reales aún no alcanzaban el nivel que habían tenido en 1964, en buena parte debido a la crisis económica del año 1973 provocada a nivel global por el aumento de los precios del petróleo, caída que continuó en los años siguientes. En 1973 la tasa de desempleo era de 4,8%; en 1976 había alcanzado un 21,9%, más que cuadruplicándose. La inflación siguió siendo, -si bien significativamente menor que en la hiperinflación- muy alta (más de 30% anual). El balance fiscal siguió siendo negativo hasta 1979, después de haber alcanzado un máximo de -6,84% en 1971 (todas las cifras de este párrafo son de [3]).

Es importante señalar que en esos años el mundo enfrentó una gran recesión de un alza del precio del petróleo, mientras Chile experimentaba los peores términos de intercambio (precio de todas exportaciones dividido por el de las importaciones) de tal forma que el país habría tenido una recesión de origen externo, al margen de la aplicación del modelo, si bien la instalación del modelo tuvo una relevante responsabilidad.

Por otra parte, la sincronía con otras reformas no se dio armónicamente; el mercado de capitales estaba repleto de imperfecciones que demoraron años en resolverse, con impactos severos en las tasas de interés reales como en la dificultad de crear un horizonte de mayores plazos para financiar los proyectos de inversión y desarrollo.

En síntesis, su instalación involucró grandes sacrificios a la población en forma transversal, pero con mayor fuerza sobre los sectores más vulnerables. Esto, a pesar de tener un gobierno que concentraba el poder ejecutivo, el legislativo y el uso de la fuerza del estado. En democracia con el poder distribuido en diferentes cuerpos, estos cambios habrían sido muy difíciles de implementar, si es que alguna vez se hubieran podido completar.

El valor de revisar la historia radica en que permite aprender de errores pasados para evitar cometerlos como el también poder profundizar en sus aciertos; la gran lección de los orígenes del modelo , al margen de sus virtudes y defectos, es que un cambio radical de paradigmas lleva necesariamente a un período de transición, que en este caso involucró desmantelar un esquema productivo y el surgimiento de otro, un ejemplo del proceso que Joseph Schumpeter llamó de destrucción creativa, pero que en el caso de una transformación radical como esta tomó siete años de lágrimas y rechinar de dientes antes de que empezara a mejorar.

Fuente: El Mostrador